Estuvimos en San Juan y te contamos cómo fue la derrota de Zárate, desde la propia esquina del Luifa.
Por Andrés Mooney
La mesa estaba servida. Fideos y una suprema de pollo esperaban ser comidas por el boxeador. La pasta que se recomienda previo a la actividad física y el gusto que quiso darse luego del cuidado con los alimentos, estaban ahí. La milanesa que se había encargado al horno brillaba por su aceite y al primer bocado, lo siguió una primera arcada. Luifa abandonó el plato y salió afuera a buscar aire, el mismo que le faltaría horas más tarde sobre el cuadrilátero. La cosa no empezaba bien 24 horas antes.
Sonó la campana y allá fue, como siempre, al centro del ring. Lanzó un jab, el que lo ayuda siempre a tomar distancia para construir su boxeo, y no llegó a destino recibiendo a cambio una idéntica mano ayudada por centímetros más de largo de brazo por parte de su rival. Insistió. Conectó algunas y la cosa mejoró. Algún cross y no mucho más. Su potente derecha parecía anestesiada y se desvanecía en la guardia de Medina.
Sonó la campana y allá fue, como siempre, al centro del ring. Lanzó un jab, el que lo ayuda siempre a tomar distancia para construir su boxeo, y no llegó a destino recibiendo a cambio una idéntica mano ayudada por centímetros más de largo de brazo por parte de su rival. Insistió. Conectó algunas y la cosa mejoró. Algún cross y no mucho más. Su potente derecha parecía anestesiada y se desvanecía en la guardia de Medina.
Los rounds pasaban y la pelea era enredada. Luifa proponía, intentaba, pero no acertaba. Medina miraba el panorama y, austero, cuando veía un hueco colaba su uppercut de derecha y el cross. Siempre en la corta distancia, cuando Luifa creía que la acción había terminado y bajaba las manos, el de Junín aprovechaba para pegar. Pocas, con escaso poder, pero entraban.
La preocupación por el centro del ring, fue siempre de Zárate hasta el quinto round. Ambos boxeadores terminaron el cuarto capítulo agotados. El quinto sería el decisivo, la vuelta justa para que apareciera la mano del noqueador y pudiera hacer la diferencia. Fue allí cuando se borró Luifa y dijo presente Oscar Medina, al punto de tenerlo sentido al nuestro luego de algunos ganchos al cuerpo. El de Argüello había colado ciertos golpes al cuerpo que fueron precisos, pero no tuvo respuestas físicas para un ataque sostenido. En el último round el pupilo de Olivero quiso boxear, pero estaba exhausto y terminó luchando para mantener la vertical.
Luifa perdió una pelea en que estuvo ausente. No pareció él. No estaba arriba del ring ese boxeador ganador, con estampa de campeón, seguro de sí mismo. No atacó con vehemencia, no supo castigar a un rival que le tiró la experiencia encima. Luifa no fue Luifa y se limitó a ser Luis Pablo Zárate.
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