Jorge Sánchez entrevistó a Fabio Eduardo Moli y te contamos la experiencia de vivir un día con el boxeador argentino más famoso de los últimos años.
Por Andrés Mooney
La vista perdida, los ojos rojos y la voz deteriorada. Las preguntas son todas para él, sus respuestas no pueden faltar: cada determinado tiempo, debe hablar para que la gente reconozca que es él quien está al aire. Termina el programa. Se levanta, hace tres metros, pide agua, y se escucha: “¡Aire!”. Y otra vez: una cada vez menos espontánea sonrisa, un “culiao” y la gente agolpada en la puerta del parador para ver a la figura del momento.
Es nuestro turno. Nos llama. Sonríe, pero ahora parece no gritar. Se sienta con los pies sobre la mesa, relajado y nos sorprende: “Ya no me hacen notas sobre el boxeo, son todas de espectáculo. Cada tanto me tiran una punta, pero nada más”. Moli extraña el mundo de los guantes y quiere dejarlo en claro: “Le pedí a los productores que pusieran un televisor en el hotel y otro con cable en el teatro para poder ver las peleas de los sábados. Cuando tengo un minuto libre detrás del telón, estoy mirando las peleas”.
Es él, queda claro. Sigue con ganas de subirse al ring y avisa: “Abril o Mayo peleo con George Arias por el Sudamericano. Quiero esperar a que termine todo esto del teatro para entrenar bien”. Y demuestra que no siempre es por necesidad económica que alguien decide subirse al entarimado a cambiar piñas (¿o alguien cree que llega con lo justo a fin de mes?): “Yo dije que iba a hacer una pelea más y me retiraba, pero viste cómo es uno, lo lleva adentro a esto y por ahí hago un par más”.
Termina la nota. Se levanta rumbo a su auto. Comienzan los flashes, los abrazos y pedidos de autógrafos. Y de nuevo: la sonrisa dibujada, el exabrupto habitual y la gente buscando al personaje del año.
Fabio “la Mole” Moli no para. Un programa de radio, un contrato de una hora al aire en un programa de chimentos, una presentación en un desfile. El de Villa del Rosario parece lejos del mundo en que lo conocimos: ése en que cuesta juntar $120 para pagar a los boxeadores, el que se suspende un festival por falta de público, el que cuesta conseguir una publicidad.
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