Pedro Daniel Irusta (62,500 kg .) venció a José
Iturria (63,500 kg.), en fallo dividido, el viernes en Deán Funes y se coronó campeón
cordobés interino superligero. La pelea, que contó con cinco combates entre
aficionados, se desarrolló en el Estadio Cubierto Municipal de la mencionada
ciudad.
Tomala vos, dámela a mí. El primer round fue de estudio, sin
mayores acciones, pero con un Irusta más claro que lanzaba la zurda en forma
recta y llegaba sobre el rostro de Iturria. El segundo capítulo se revirtió:
quien era dominador, pasó a ser dominado, y la pelea iba anunciando la paridad
que luego tendría. El tercer asalto, que estaba siendo parejo con manos netas
que llegaban de uno y otro boxeador, lo encontró al del Estadio Santos Laciar
conectando un recto de izquierda de corto recorrido, pero eficaz. El de Argüello
Juniors apoyó un guante y la rodilla en la lona, intentó pararse rápido, pero
Brígido Rosa Vaca actuó en consecuencia y le inició la cuenta. No estaba
sentido el Majestuoso que salió a cambiar golpes hasta que sonó la campana.
La cuarta
y quinta vuelta fueron ásperas. Irusta llegaba pleno; Iturria pegaba más, pero
sin la potencia que al dirigido por Walter Ibañez todavía le quedaba. Así,
cualquiera pudo haberse llevado esos rounds dependiendo la óptica del
observador. En el sexto la pelea tomó ribetes dramáticos. A la cantidad que
imprimía el Majestuoso, le agregó velocidad y puso contra las cuerdas al Fiaca
dejándolo al borde del nocaut.
Vaca interrumpió el embiste e inició la cuenta de protección, dándole respiro a Irusta que parecía se iba a la lona. No supo definir la pelea Iturria en los segundos finales y sonó el gong. El séptimo round siguió teniendo al dirigido por Luis Olivero como dominador, aunque lejos estuvo de tenerlo groogie como lo hiciera minutos antes. Llegó el octavo asalto y ambos rincones dieron la misma orden: “Sacá manos porque acá se define la pelea”. Rostros sangrados, cortes (en la nariz para Iturria; en el párpado para Irusta), signos de cansancio y evidencias de hambre de gloria se vieron en los tres minutos finales. Apareció Irusta, que parecía revivir para decir “acá está el campeón”. Se llevó el capítulo con buenos directos que lanzaba todavía con poder, ante un Iturria que jamás retrocedió. Pareció ahí sellar su victoria.
Cualquiera pudo haber sido el ganador en una pelea donde los
dos hicieron lo suficiente para merecer el título. Pero solo había lugar para
uno. Irusta celebró la victoria, Iturria lamentó la derrota, y los demás
agradecimos la entrega, el corazón, el amor propio y la vergüenza deportiva.
Pocos para ver mucho. El público, extrañamente, no respondió
a lo que debió ser una pelea a estadio lleno. No más de 200 personas se dieron
cita, y hay que decirlo: se la perdieron.
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