Por Andrés Mooney
La historia comenzó como todas. Un
clásico: uno desafía al otro, le jura el nocaut y este le responde, redobla la
apuesta, y la llama queda encendida para el show. Pero esta vez el juego casi
termina mal. El miércoles en Segundos Afuera, cuando venía bien el cruce
verbal, el clima se tensionó. Un agarrón del cuello que no estaba pactado,
alguna amenaza que se fue de las manos y tomó tono de verdad, hicieron que el ánimo,
en la parte previa, no fuera el mejor.
Llegó el día del combate y
aparecieron ambos con hinchada propia. El local metió una gran cantidad de fanáticos
y el visitante trajo los suyos en colectivo con bombos incluidos.
La pelea ayudó
Un resultado imprevisto para
muchos, cuando uno tenía el triunfo casi en el bolsillo, colaboró a que la
sangre corriera con mayor efervescencia, y la cosa se pudrió. El ingeniero
Gabriel Tavella ligó un sillazo, una de las promotoras también resultó herida y
más de una piña voló gratis. El ring fue invadido, la situación pintaba fea
pero –a Dios gracias- no hubo más que lesiones superficiales y la tormenta pasó.
Los boxeadores se saludaron, leyeron el fallo y el árbitro levantó la mano del
ganador.
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