Por Ernesto Rodríguez (Diario Olé) en su Twextra (@ephecto)
Harto de interinatos, cetros regionales y otras yerbas. La
actualidad del boxeo planetario satura por su oferta de pseudos combates
titulares. Ojo que ya no se trata del despropósito de que exista, apelando a la
sabia Ley Antitrust, no una sino dos docenas de sellos de goma que se arrogan
el derecho universal de organizar riñas de gallos humanas y de coronar, en
alguna de las 17 categorías, cada quien a un pugilista diferente y considerarlo
el mejor de la especie.
La idea del interinato -que nació hace unas tres
décadas como una sagaz medida para mantener activo un título por indisposición del
campeón- o la idea de generar cinturones regionales -para reconocer a titulares
de zonas bien delimitadas- hoy se ha convertido -gracias tanto a mercaderes
como a hipócritas- en un muestrario de aberraciones y desprolijidades. Abruma
la lista de campeones, supercampeones, monarcas eméritos, interinos, en receso
y demás.
Ya damos como normal que alguno de estos entes considere a no uno ni a
dos sino tres humanos como “el” campeón de su peso de manera simultánea, con
diversas y poco convincentes etiquetas. Y hasta se han burlado de los
boxeadores y el público al presentar en veladas paralelas, el mismo día, a dos
dueños de la misma corona: el supuestamente invalidado por alguna clase de
problema de salud o legal en una y a su reemplazante eventual en la otra. Como
Jesús con los panes, las entidades multiplican los cetros regionales y hay
hasta cinco muchachos que tienen, al mismo tiempo y sin verse nunca las caras,
el mismo cinturón de latón que los reconoce como campeones latinos,
intercontinentales, plata o de la zona del globo que sea.
Eso sin caer en las
barbaries geográfico-pugilísticas de hacer pelear a un muchacho nacido en la
muy criolla Junín por un cetro europeo o dejar a un ruso de la mera Siberia
colgarse una corona pensada para boxeadores de estas tierras bolivarianas. Todo
tiene una sola, mera y específica explicación: el signo pesos (o dólares, o
euros o el billetito que cuadre). Como en el menú de una fonda, los encargados
de dar el guiño reglamentarista, bajan la cabeza, chequean la lista de precios
y autorizan el envío de una faja de chafalonía para que el promotor de turno
tenga un adornito con el que adornar la velada. Los números les cierran a
algunos, el boxeo se autodestruye.
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